Ignacio Concha, Director ejecutivo de María Ayuda, aborda problemáticas de infancia en aniversario 40 de la fundación. Cree que los cambios en la realidad de los niños, sumados a la falta de planificación del Estado, explicarían la crisis de la red de protección.
Más de 12 mil niños, niñas y adolescentes (NNA) han pasado por las habitaciones de las diferentes residencias que la Fundación María Ayuda tiene entre las regiones de Tarapacá y La Araucanía, durante los 40 años de servicio que cumplieron este 12 de abril.
Así lo revela el director ejecutivo de la entidad, Ignacio Concha, quien destaca que, fundamentalmente, si hay algo que ha cambiado con los años es la realidad de los menores que acogen, pues a la pobreza se suman otros factores que antes no estaban presentes.
A lo anterior, dice, se agrega una insuficiente oferta tanto de residencias como de programas por parte del sistema de protección de menores, marcado por el sostenido incremento de hogares que han debido cerrar sus puertas. Elementos que han agudizado la crisis del ámbito proteccional, algo que también fue constatado en el último informe sobre estos centros realizado por el Poder Judicial.
—¿Cuál es el balance que se realiza respecto del servicio que entrega María Ayuda?
—Cuarenta años es mucho tiempo, somos de las organizaciones más antiguas trabajando con infancia vulnerada. Son 40 años de mucho aprendizaje, y vemos también un cambio importante en las necesidades de los niños, niñas y adolescentes que llegan a estas residencias. Hace 40 años llegaban niños principalmente con situación de pobreza, hoy llegan niños con graves vulneraciones a sus derechos, con problemas de salud mental importantes, donde vemos que no hay red, no hay especialistas, no hay personas capacitadas para poder atender estas necesidades.
Revictimización en hogares
—¿Cuáles son los desafíos que se enfrentan en el cuidado de niños, niñas y adolescentes?
—Por un lado, se necesita mayor especialización, vemos que los profesionales no se preparan en la línea de salud mental, trauma complejo, que son absolutamente necesarios.
“También está la necesidad de contar con centros especializados, hoy día tenemos niños con adicciones, otros derivados de la justicia ordinaria y niños que han sido gravemente vulnerados y que, al final, al estar todos en un mismo espacio, muchos de ellos pasan a sufrir una revictimización”.
—¿Cómo ha sido el tránsito desde el Sename a la implementación de Mejor Niñez?
—Sename definitivamente era un servicio que tenía que cambiar, y la propuesta del Servicio Mejor Niñez fue un tremendo avance. Sin embargo, su implementación ha sido un proceso mucho más lento de lo esperado. La falta de personal y de definición de algunas políticas para trabajar lo han hecho más difícil.
—El Poder Judicial emitió un informe que da cuenta de sobrepoblación, violencia entre los menores y el cierre progresivo de residencias...
—El sistema está a tope, en una fase crítica, porque no está la oferta necesaria, hay muchas fundaciones amigas que han tenido que cerrar sus programas, y eso ha generado una falta de oferta importante y, por otro lado, no se ve en el corto plazo una planificación de cómo recuperar esa oferta.
—¿Qué propuestas de mejoras han podido realizar?
—Estamos trabajando en un proyecto que se llama Casa Alma. Partimos un piloto en Los Ángeles, y este año comenzamos en Santiago, en La Florida, donde queremos pasar de un modelo de protección a uno terapéutico. Tiene que ver con un trabajo distinto con los niños, con equipos multidisciplinarios que sean más sensibles al trauma y al neurodesarrollo, con una infraestructura distinta y pensada con ese propósito. Es un modelo de gestión, más que de intervención.
—¿Cuál es la realidad de sus hogares?
—En cada hogar es distinta: en el norte estamos trabajando fuertemente la inmigración, y en el sur hay otra realidad, de mucha violencia intrafamiliar. Con el cierre de algunas residencias, nos hemos visto obligados a recibir más niños de lo que tenemos planificado trabajar, y eso afecta el funcionamiento.
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